miércoles, 11 de julio de 2007

Episodio I

Se escuchó un fuerte estruendo que removió los cielos y la tierra. En aquel momento nos despertamos todos mientras nos estremecimos al saber que aquello solo podía significar una cosa: El principio del fin había llegado.

Con presteza, le comenté a Gabriel que diera el aviso a todos. Nuestro heraldo era el más rápido y el más apropiado para intentar que todos estuvieran preparados para lo que se acontecía. Se escuchó otro estruendo lejano. Mis hermanos y hermanas tenían una expresión en la cara que sólo se podría definir como de pánico. Sabíamos que iba a ocurrir, pero no esperábamos que fuera tan pronto. Es cierto que hacía mucho tiempo que los hombres habían perdido la esperanza. Es muy cierto que toda la oscuridad se había cernido sobre ellos y fue tan poco a poco que ni siquiera se habían dado cuenta ni se habían preparado para ello. Aquellos hombres no se dieron cuenta de que aquel mal había ido calando en los corazones, hasta dejarlos prácticamente inertes. Se había apoderado de los buenos sentimientos, se había alimentado de las esperanzas, se había nutrido de las furias que se tenían entre ellos y se hacía fuerte cada día que pasaba. Alguno de los nuestros intentó en vano hacerles entrar en razón pero la codicia de los hombres era tan grande que habían dejado de escucharnos, nuestras voces habían dejado de calar los corazones y las conciencias de los hombres buenos, que interpretaban únicamente como pensamientos fugaces. El juicio de los hombres acabó perdiéndose entre falsas creencias y errores constantes. El amor, que un día hizo que la tierra creciera y fuera próspera dejó paso a la indiferencia, a la desazón, a la incomprensión, a la intolerancia...

Todo aquello ahora carecía de sentido ahora. Había llegado el momento y nos preparábamos para enfrentarnos a lo que tanto temíamos. Un terror sin forma, un mal que sentíamos que venía hacia nosotros, una venganza envuelta en odio por aquel destierro. Yo estaba preparado, al igual que mis hermanos, pero no por ello dejaba de tener miedo, pues de él también se alimentaba nuestro enemigo. Pero dentro de mi crecía un coraje indescriptible, una esperanza inabarcable y un honor que nos hacía grandes, también crecía dentro de nosotros.

- ¡¡Preparaos!! -

Salimos fuera del templo y miramos a los cielos, ahora cubiertos por unas nubes de color rojizo que mostraban una tormenta inminente. Empuñábamos nuestras armas y un escalofrío recorrió nuestros cuerpos al ver emerger a cuatro figuras en el horizonte. No cabía ninguna duda. Era el momento señalado...

1 comentario:

Lady_Ginebra dijo...

Armagedon. Y en el campo habra dos hombres uno sera muerto y el otro no...??? En fin..